Francesca se quedó dormida, en el coche de sus tíos. Se despertó
una hora o dos después, cuando lo hizo ya estaba anocheciendo. Miró
por la ventana y, paralelo a la carretera, estaba el mar. Era la
primera vez que lo veía, nunca había viajado a la playa antes. Se
quedó mirando por la ventana, impresionada.
-Tu madre nos dijo que nunca antes había visto la playa. -dijo
Sean.- ¿Te gusta? -preguntó.
-Sí, es diferente a como se ve en la televisión. -dijo Francesca.
-Fear Hill te va a encantar. -dijo Nina.
-¿Fear Hill? -preguntó Francesca.
-Sí, así se llama el pueblo. -dijo Nina. Francesca se impresionó
por el nombre. ¿Qué pueblo se llamaría Colina del miedo?
Miró por la ventana y encontró la colina a la que se refería el
nombre del pueblo. Era muy empinada y alta.
En menos de cinco minutos subieron una cuesta, no era la que llevaba
a la colina, era mucho menos empinada. Y Sean, que conducía, paró
el coche delante de una puerta. Era una puerta de madera, para
coches. A su lado, otra puerta de madera también y para personas.
Pulsó un botón de un mando y la puerta para coches empezó a
abrirse. Cuando el coche entró Francesca pudo ver la casa con
nitidez.
Era una casa más que grande, de piedra. Además, era preciosa con
los marcos de la ventana de madera. Metieron el coche en el garaje.
-Bueno, ya llegamos. -dijo Nina sonriente.
-¿Esta es vuestra casa? -preguntó Francesca.
-Sí, venga, entremos. -dijo Sean.
Dejaron las maletas en el coche y subieron a la casa por unas
escaleras. Entraron en un salón precioso. Pintado de pastel y con
los sillones grises. Una televisión enorme, la más grande que
Francesca jamás había visto.
-Este es el salón. -dijo Nina, pasó una mano por la espalda de
Francesca y la llevó hasta la cocina.- La cocina.
La cocina era grande, con una isla en el medio y una pequeña mesa en
una esquina. Los muebles eran casi todos de madera. Tenía una puerta
que conducía a la parte de atrás de la casa. Los tres salieron y
Francesca descubrió que la casa además tenía una piscina. El
suelo, también formado por piedras, era cálido por el sol.
-Esa puerta es la del salón, si quieres también puedes entrar por
allí. -dijo Sean.
-Vamos a enseñarte la parte de arriba. -dijo Nina. Parecía
emocionada.
Volvieron a entrar por la cocina y subieron unas escaleras. Primero
le enseñaron la habitación del matrimonio y después le dieron a
escoger entre seis habitaciones. ¡Seis habitaciones! Una casa con
tantas habitaciones era impensable para Francesca. Finalmente escogió
una del tercer piso, con baño. Un hombre los interrumpió.
-George, ¿preparas esta habitación para Francesca? -dijo Sean.
-Cariño, él es George, el jefe de servicio. -dijo Nina.- George,
nuestra sobrina, Francesca.
-Encantado. -dijo George, con una sonrisa. Era un hombre cercano a
los cincuenta, canoso y algo gordo.- Ahora mismo subo tus maletas.
-le dijo a Francesca. Sean le lanzó las llaves del coche, las que él
cogió al vuelo. Diez minutos más tarde estaba allí con sus maletas
y dos chicas detrás de él.
-Francesca, ellas son Marian y Lauren. -dijo Nina, cuando vio a las
dos jóvenes. Llevaban un uniforme, pero no de esos ridículos de las
películas. Francesca supuso que la ropa eran de ellas, ya que eran
diferentes, pero por encima llevaban un mandil blanco.
-Vamos a preparar la habitación, ¿sí? -dijo Marian.
-Claro, chicas, adelante. -dijo Sean.- Nosotros vamos a cenar.
Volvieron a la cocina y Sean cogió el teléfono para pedir unas
pizzas. Cenaron en tranquilidad y después se sentaron en el sillón.
-Nosotros nos vamos a la cama. -dijo Lauren, acompañada por Marian y
George.
-Buenas noches. -dijo Nina.
-Hasta mañana. Francesca, nosotros también vamos a dormir. -dijo
Sean.
-Adiós, cielo. -dijo Nina, besando su cabeza.
La pareja se fue y Francesca se quedó sola en el salón. Estuvo
viendo la televisión un tiempo y después salió al jardín, a la
parte de atrás. Se descalzó y se sentó sobre el borde de la
piscina. Metió los pies en la piscina y respiró profundamente.
-¿Y ahora qué hago? -preguntó en voz alta. Desde la muerte de su
padre, de vez en cuando hablaba con él, sin recibir respuesta, pero
se sentía aliviada así.- No conozco ni a Nina, ni a Sean y mucho
menos a su hija, que llega la semana que viene de Francia. Escuché
hablar de ellos, pero ¿por qué nunca los vi? Además, ¿por qué
tienen tanto dinero? Esta casa debe valer un dineral. -suspiró
profundamente.
Miró la piscina y recordó lo que le encantaba nadar cuando era
pequeña. Se levantó y se sacó la camiseta y los pantalones. Miró
a su alrededor, no había nadie. Se sacó la ropa interior y se lanzó
a la piscina. Sintió como el pelo le acariciaba la espalda. Salió a
respirar y echó el pelo hacia atrás.
-Bueno, puede que esto tampoco esté tan mal... -dijo desde la
piscina.
-¿Nonis, Nina? ¿Sean? ¿Vicky? -preguntó una voz masculina. No era
George. Francesca nadó hasta una de las esquinas. Como las esquinas
estaban hechas como si fueran naturales, es decir, con curvas, se
pudo esconder en una de estas curvas. Vio a un chico asomarse por el
muro que separaba la casa de Nina y Sean de la casa vecina. Era rubio
y estaba sin camiseta. Era guapo y estaba bueno. Pero Francesca
permaneció escondida.
-¿Qué haces, Blake? -preguntó una chica.
-No se, me pareció escuchar una voz. Pero no hay nadie. -dijo el
chico, alejándose del muro.
-Vamos, que si meto la próxima canasta te gano. -dijo aquella chica,
que Francesca ni siquiera había visto.
Francesca esperó unos minutos más allí escondida. Estuvo pensando
en aquel chico. Había dos opciones: aquella chica que lo acompañaba
era su hermana o su novia. Francesca estaba deseando que fuera su
hermana, por todo lo alto. En cuanto ya no escuchó más voces, salió
de la piscina, cogió su ropa y entró en casa. Subió corriendo a su
habitación y se fue a duchar, después del baño en la piscina.

Mássss Nove!!!!!
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