El teléfono de Francesca sonó a media mañana. Ésta lo miró y
leyó el nombre de una de sus nuevas amigas: Tina. Estaba leyendo en
la terraza de la casa de sus tíos y cogió la llamada.
-¿Hola? -preguntó al descolgar el móvil.
-¡Frankie! ¿Tienes algo qué hacer hoy? -preguntó Tina.
-No, en realidad no...
-¿Te gusta nadar? -al escuchar la pregunta, Francesca sonrió.
-Me encanta nadar. -confesó Francesca.
-¿Y te apetece venir a nadar al mar hoy conmigo? El resto no pueden
venir, tienen cosas que hacer. -dijo Tina.
-Claro que sí. -dijo con una sonrisa todavía mayor.
-Te paso a buscar por casa en media hora. ¿Estarás lista?
-Sí. Nos vemos.
-Hasta luego.
Francesca corrió a buscar su bañador y su toalla, para meterlas en
su mochila. Se vistió con un pantalón corto, una camiseta y unas
sandalias. Esperó a Tina en la puerta de su casa, que no tardó en
llegar. En cuanto llegó se subió a su coche y le sonrió.
-Te va a encantar. -dijo Tina, al volante.
-Pero por ahí no se va a la playa. -dijo Francesca.
-¿Quién dijo que íbamos a la playa? -preguntó Tina con una
sonrisa.
Tina condujo hasta el embarcadero de Fear Hill. Allí, sacó una
tarjeta, que le enseñó al vigilante. Él las dejó pasar al muelle
y Tina buscó un bote. Era rojo y estaba casi nuevo.
-¿Es tuyo? -preguntó Francesca, sorprendida.
-No, de mi padre. Pero me lo deja siempre que quiera. -explicó
Tina.- ¿Vienes o te quedas? -preguntó, mirando a su amiga plantada
delante del bote.
-Voy, voy... -dijo Francesca.
Ambas se subieron al bote y Tina lo puso en marcha. Iban las dos
sentadas, Tina al lado del motor, controlándolo; y Francesca a un
lado, pasando la mano por el agua. El agua de Fear Hill era
cristalina, completamente limpia. Estaba fría, pero en menos de dos
minutos el cuerpo se acostumbraba y ya estabas a gusto en el agua.
-¿A dónde vamos? -preguntó Francesca.
-Es una pequeña isla. Está inhabitada, pero por un lado tiene un
lugar precioso. Son como galerías. -explicó Tina.- Ya lo verás.
En quince minutos, más o menos, Francesca pudo ver la isla de la que
su amiga hablaba. Era una isla pequeña, muy pequeña. Y después de
rodearla un poco, pudo ver las galerías de piedra que tanto
fascinaban a Tina. La verdad es que era bonito. Tina apagó el motor
y ancló el bote. Después se levantó y se quito el vestido.
-Venga, vamos. -dijo mirando a Francesca. Ésta sonrió y se sacó la
ropa. Las dos, en bikini, se iban a lanzar al agua.
-Para, fijo que está congelada. -se quejó Francesca, al borde de
tirarse. Tina chasqueó la lengua y la tiró al mar.- ¡Tina! -gritó
Francesca cuando sacó al cabeza del agua. Su amiga estaba todavía
en el bote. La miró, le sonrió y se lanzó al agua.
Las dos estuvieron nadando un buen rato. Francesca aprovechaba la
limpieza del agua para bucear con tranquilidad. Le encantaba bucear,
incluso más que nadar. Iba hasta el fondo y volvía todo el rato.
Hasta que encontró una especia de túnel que daba al interior de la
isla.
-Tina, mira. -dijo Francesca. Tina miró hacia donde su amiga
señalaba.
-Jamás me había fijado en eso... -dijo asombrada.- ¿Vamos?
-Claro.
Las dos bucearon a través del túnel y terminaron en una cueva en el
interior de un antiguo volcán de la isla. Las dos se quedaron por
ahí, observando y alucinando.
-¿Sabes a qué me recuerda esto? -preguntó Tina. Francesca negó.-
A aquella serie de tres sirenas adolescentes. ¿Te acuerdas que se
convertían en sirenas por primera vez en un sitio como este?
-Es cierto... -dijo Francesca, pensativa.
-Me encantaba esa serie, cuando era pequeña.
-Y a mi...
-¿Qué es eso? -preguntó Tina. Francesca dirigió la mirada hacia
donde lo hacía Tina. Algo estaba brillando, como si fuera un
reflejo.
-Voy a cogerlo.
Francesca buceó hasta el fondo y encontró allí abajo un montón de
cosas abandonadas. Había hasta trozos de papel, que no pudo coger
porque estaban demasiado deshechos. Había también otras cosas, sin
mucho valor. Se quedaba sin aire, así que volvió a la superficie,
donde Tina la esperaba.
-¿Y? ¿Qué hay ahí? -preguntó Tina.
-Hay un montón de cosas.
-¿Con valor? ¿Dinero, joyas? -preguntó Tina, entusiasmada.
-No. hay algunas joyas pero sin apenas valor. -dio Francesca. Tina
bufó de desilusión.- Ayúdame a coger algo. -pidió Francesca.
Tina aceptó y entre ambas consiguieron coger algunas cosas muy
deterioradas. Francesca las metió en su mochila cuando volvieron al
bote. Quedaban más cosas, pero no pudieron levarlo todo a la vez. Al
llegar a casa y después de ducharse, Francesca dejó todo lo que
había recogido encima de la mesa del escritorio de su habitación.
-Hola, Frankie. ¿Qué es todo eso? -preguntó Victoria, cuando entró
en la habitación de su prima.
-Lo encontramos hoy en el fondo del mar. -dijo Francesca, emocionada.
-¿En serio? ¿Y qué hay por ahí? -preguntó Victoria.
-Hay muchas cosas. Pero pertenecían a distintas personas. Esto era
de una tal Rachel McFadden. -dijo Francesca, intrigada.
-Como te gusta guardar chatarra... -dijo Victoria, mientras dejaba a
su prima sola otra vez. Francesca la miró y se rió. Sí, tenía
razón, le gustaba guardar todo lo que encontraba y cuanto más viejo
más valioso para ella.

Amo a Frankie!!
ResponderEliminarMásss Noveeee!!!!