-¡Buenos días! -dijo Esther cuando Emma cruzó la
puerta de la pastelería esa mañana. Su empleada le sonrió y fue
directa a cambiarse. Cuando volvió tenía puesto el mandil rojo con
adornos en blanco, que habían comprado para la época navideña.
-Hoy parece que tenemos más trabajo que nunca. -dijo
Emma, mirando la lista de pedidos para ese día, veinticuatro de
diciembre.
-Claro, Emma. Es Noche Buena. -dijo riendo Esther.
-¡El desaparecido! -gritó Emma, cuando Paul entró por
la puerta de la pastelería.
-Sé que llego tarde, pero me quedé dormido. Lo siento.
-dijo él, entrando corriendo en la cocina.
-No pasa nada, Paul. -le dijo Esther riéndose.
Esther era la dueña de
la pastelería familiar: Harris' Cake.
La había abierto su abuelo, sesenta años antes y ella la había
heredado. Era la mejor pastelería del pueblo y daba suficientes
beneficios para mantener a las cinco personas que trabajaban allí.
Primero estaba Emma, la más joven del grupo, tenía diecinueve años
y trabajaba allí por la falta de ganas de estudiar. Después estaba
Felix, que era el empleado más viejo de la pastelería, llevaba
trabajando allí desde que el padre de Esther se encargaba del
negocio familiar. También estaba Paul que era amigo de Esther desde
la infancia, acababa de ser papá y eso complicaba un poco su
horario. Norah también trabajaba en la pastelería, era una mujer de
unos cincuenta años con experiencia, pero no tanta como Felix. Y,
por último, estaba Esther, la jefa y dueña de la pastelería.
Cuando heredó la pastelería decidió añadir pan a su menú.
El primer cliente de la mañana llegó cerca de las
seis. Era un anciano que los visitaba a menudo para comprar el pan.
Compró más de lo habitual y también algunos pasteles. Les deseó
feliz Navidad y se fue despacio. Esos días navideños tenían algún
pastel especial. Como uno que tenía un gorro navideño hecho con una
fresa y un poco de nata en lo más alto. O como galletas con formas
de hombres. O ángeles blancos.
-Buenos días... -dijo una chica joven, no tenía más
de quince años.
-Hola, cielo. -dijo amorosa Esther.
-¿Me pones una bandeja de pasteles?
-Claro. -la niña le señaló los pasteles que quería
llevar y ella los puso sobre una bandeja de plástico que después
envolvió. Mientras lo hacía, mantenía una conversación con la
chica.- Son muchos pasteles para una chica tan pequeña.
-No son todos para mi. -dijo ella riendo.- Voy a
celebrar con mis compañeras de equipo que me quieren en la selección
nacional de volleyball.
-Enhorabuena. -dijo sorprendida Esther.- Toma, aquí
tienes tus pasteles.
Los siguientes clientes en entrar fueron dos chicas, que
parecían muy apuradas.
-¿Nos pones una enorme bandeja de pasteles? -le
preguntó una de ellas. Esther asintió con una sonrisa.- Hope,
¿llamaste a la agencia de viajes para los billetes de avión? -le
preguntó a su amiga.
-Todavía no. -dijo ella, mirando su teléfono.
-¿Cómo que no? Solo quedan unos días, tenemos que
confirmar el viaje. -se quejó la primera.
-April, relájate. Todo saldrá bien. -al escuchar a las
amigas, Esther no pudo evitar reírse.- Es que estamos preparando el
cumpleaños de una amiga y está un poco nerviosa.
-Que amiga tan afortunada. ¿Qué le vais a regalar?
-preguntó Esther, preparando la bandeja.
-Cumple el treinta y uno de diciembre, y le vamos a
regalar un fin de año en Times Square. -dijo April.
-Es el mejor regalo que le podéis hacer. -dijo Esther,
dándoles la bandeja.
Tropezándose con las adolescentes en la puerta, una
pareja entraba abrazada.
-Buenos días. -dijo ella con una sonrisa.- Queremos una
pequeña bandeja de Navidad.
-Por supuesto. -dijo Esther.
-¿Cuánto podemos coger, Olivia? -le preguntó el
hombre, mirando en la vitrina la cantidad de pasteles que había.
-Mira, de esos, de aquellos, estos también, esos de la
esquina... -dijo la chica, señalando los pasteles que quería.
-¿Te vas a comer toda la pastelería? -preguntó el
hombre sorprendido.
-Llevo seis meses sin verte, como lo que me de la gana.
-dijo ella, escogiendo un par de pasteles más. Esther se rió y les
sirvió todo lo que la mujer quería. Después de la pareja, una
mujer entró.
-Buenos días. -dijo sonriente.
-Hola.
-¿Me da una bandeja de pasteles? -preguntó la mujer.
Mientras Esther preparaba la bandeja, Emma salió de la cocina con
más pasteles.
-¡Brooke! -exclamó al ver a la chica.
-Hola, Emma.
-¿Qué haces aquí? Pensé que estarías en lo del
campamento navideño. -dijo Emma sorprendida.
-Lo estaré. Pero antes quería dejarles esta bandeja a
mis padres. -dijo Brooke sonriendo.
-He oído que Jake pasará las Navidades aquí. -dijo
Emma sonriente. Pero la sonrisa de la cara de Brooke se entristeció
un poco, pero no desapareció.
-No tenía ni idea. -dijo ella.
-Bueno, espero verte algún día de estos. -dijo Emma,
sonriendo.
-Yo también, hasta luego. -dijo después de pagar la
cesta. En la puerta, se tropezó con otra mujer, también jóven.
-Hola. -dijo la mujer.
-¿Usted es la directora del grupo de teatro para niños
no? -preguntó Esther, al reconocer la cara de su cliente.
-Sí, Leah Smith. -dijo presentándose.
-Esther Harris, es un placer conocerte. La obra navideña
salió a la perfección.
-Gracias. ¿Me pone una bandeja de pasteles? Mi hermano
y su familia están en mi casa pasando las Navidades y se les antoja
unos dulces de aquí. Cuando éramos pequeños mi madre siempre
compraba en esta pastelería y nos trae muchos recuerdos.
-Me alegro por eso. -dijo sonriendo Esther.
Los siguientes clientes fueron un grupo de jóvenes.
Primero entró un chico, que parecía el mayor, con una niña en
brazos. Y detrás de ellos dos adolescentes.
-Andy, ¿podemos comprar esos ángeles de allí?
-preguntó la niña en cuanto los vio.
-Claro. Escoged algo vosotras también. -les dijo él, a
las dos chicas que los acompañaban.
-A la abuela le gustan esos. -dijo una de ellas
señalando unos verdes.
-Pero de esos pocos, Gabriella. Solo le gustan a la
abuela. -dijo la otra chica.- Yo quiero esos, los de la esquina.
-Vale, Catherine. -dijo el más mayor de los cuatro.
-¿Comida familiar? -preguntó Esther, sirviendo los
pasteles en otra bandeja de plástico.
-Nosotros cuatro con nuestra abuela. -dijo Gabriella.
-¿Quién es vuestra abuela? -preguntó Esther, que
conocía a muchos vecinos del pueblo.
-Candance Jones. -dijo la más pequeña.
-¿La señora Jones? -dijo Esther, que la conocía.-
Mandadle recuerdos de mi parte. Soy Esther Harris.
-Lo haremos. Hasta luego. -dijo el chico, cogiendo la
bandeja de pasteles.
Después de ellos una familia entró en la pastelería.
Eran dos padres, un niño de unos seis años y un bebé.
-¿Cuáles quieres, Danniel? -le preguntó la mujer.
-Quiero esos, los que tienen un gorro como Papá Noel.
-dijo el niño señalando los pasteles. Sus padres escogieron algunos
más.- Podemos dejarle un pastelito a Papá Noel esta noche. Así
puede seguir con fuerzas su viaje. -propuso el niño, emocionado.
-Claro que si. -dijo el hombre. Cuando iba a pagar se
dio cuenta de que se había olvidado la cartera en casa.- Holly,
¿tienes dinero?
-Claro. ¿Que harías sin mi...? -dijo ella pagando la
bandeja. Después de la familia tres chicas entraron en la
pastelería. Esther conocía a una, a Martha.
-Hola, Martha. -dijo sonriente Esther.
-¿Cómo estás,
Esther? Mira, ellas son mis amigas Bella y Lucy. -dijo presentándole
a sus compañeras.- Queríamos unos pasteles.
-Claro.
-En una bandeja grande. -añadió Martha. Esther se rió
de la forma en la que lo dijo y colocó los pasteles en la bandeja.
Mientras envolvía la bandeja, hablaba con su conocida.
-No conocía a estas chicas, Martha. -dijo Esther, ya
que Martha iba muy a menudo con un grupo de amigas diferente.
-Son compañeras del trabajo. -explicó ella. Esther les
dio la bandeja y ellas se fueron riendo, tal y como habían llegado.
La siguiente en entrar fue la señora Moore con sus tres
hijos. Esther también la conocía.
-Buenos días, Shelby. -dijo con una sonrisa Esther.
-Hola, cariño. Veníamos a por unos pasteles para esta
noche que cenamos con los Miller. -explicó ella.
-Claro. A ver, dime, ¿de cuáles queréis? -los
pequeños Logan y Rachel escogieron los pasteles y Esther los
empaquetó. Le dio la bandeja a un precio más bajo y Shelby la cogió
sin saberlo.
-Gracias, Esther. -dijo Shelby.
-Feliz Navidad. -dijo Rachel, saliendo de la pastelería
empujando el carro de su hermana pequeña.
-Feliz Navidad... -dijo Esther también. Al mediodía la
pastelería cerró sus puertas y sus empleados fueron saliendo de
ella.
-Adiós, Esther. -le dijo Felix, besándole la mejilla.-
Mi nieta me espera en casa.
-Adiós, Felix. Pásalo bien. -le dijo acariciándole la
espalda. La siguiente en salir de la cocina fue Norah.
-Cariño, me voy que tres bocas me esperan en casa. No
hacen nada sin mi. -besó su mejilla, como había hecho Felix.
-Feliz Navidad, Norah.
-¿Ves que eres un cielo? De verdad... Buen hombre te
pillara... -exclamó saliendo de la pastelería. Detrás de ella
salía Emma.
-Mi madre quiere que la ayude a preparar una tarta para
esta noche. Se piensa que porque trabajo en una pastelería tengo que
saber cocinar... -se quejó Emma. Besó la mejilla de Esther y se
acercó a la puerta.
-Feliz Navidad, Emma.
-¡Igualmente! -gritó ya en la calle. Paul, fue el
último en salir de la cocina.
-Esther, un consejo,
nunca tengas hijos. No hacen más que darte problemas. -dijo Paul.
Esther se rió y Paul le besó la frente.
-Mándale saludos a tu mujer y a tu hijo de mi parte.
-Lo haré. Feliz Navidad. -dijo saliendo del negocio
familiar.
Esther apagó todas las luces y cogió su abrigo y su
bolso. Del bolso sobresalía un papel. Ella cerró con llave la
puerta de la pastelería y bajó las escaleras que estaban delante de
la puerta de su negocio. Debajo de una farola había una papelera, al
pasar por su lado se detuvo. La miró y cogió el papel que
sobresalía de su bolso.
Era un contrato de venta de la pastelería. Querían el
local y todas las recetas por un buen precio. Esther volvió a pensar
en todas las personas que habían pasado por la pastelería esa
mañana. Después pensó en sus empleados y sus familias. Sonrió,
rompió el contrato y lo tiró a la papelera.
-Bien hecho. -le dijo un hombre, desde un coche que
estaba parado en el medio de la carretera donde no pasaba ningún
otro coche.
-¡Walter! Me asustaste. -se quejó Esther.
-Vamos, sube. Te llevo a casa. -dijo él sonriendo.
Esther subió al coche y Walter la llevó a casa. Ella todavía vivía
sola. Antes de bajar del coche Walter le robó un beso.
-¿Quieres quedarte? -le preguntó Esther, ya desde
fuera del coche. Él primero se sorprendió, después sonrió y por
último añadió.
-Cosas maravillosas pasan en Navidad.
¡Y con este cuento termina Cuentos en Navidad!
Espero que os haya gustado. Ahora tengo una enorme sorpresa para todos. ¡SEGUNDA TEMPORADA DE CAZADORES DE DUENDES! Ya la tengo preparada, así que muy pronto empezaré a subirla.
Un beso a todos. Espero que hayáis disfrutado las Navidades, pero aun quedan los reyes ;))
Cris.~

Genial todas las personas de los cuentos pasaron por la pasteleria :)
ResponderEliminarSube pronto!!!!!!!